APAGÓN






Como si se tratara de un invierno londinense, el domingo amaneció gris, frío, lluvioso. La lluvia nos venía calando los huesos desde hacía varios días, con pocas esperanzas de sol hasta mediados de la semana que vendría. Los huesos se llevan mal con la humedad. Ese domingo se festejaba el Día del Padre. Poco me afectaba la conmemoración a los efectos de celebrarla, con un progenitor y un marido que pasaron a mejor vida; e inesperadamente amanecí en una clínica del Barrio Norte, donde pasé la noche acompañando a una amiga recién operada. Desde ese momento comencé a recibir mensajes sobre un apagón que había dejado a oscuras a todo el país y que afectaba también a los vecinos orientales.

En principio, pensé que se trataba de otra "Fake News", cada vez más habituales en las redes sociales para dar crédito o desacreditar respectivamente, a algún candidato/a. Como es sabido, los sanatorios cuentan con equipos propios y allí todo funcionaba como si nada. Pero de todos modos me pareció demasiado para ser "Fake". Los noticieros lo confirmaron al instante. Me despedí y salí hacia mi casa, porque, como siempre que suceden estas cosas me preocupa la falta de agua.Llueve impiadosamente y sopla el viento. No se ve un alma. Por Coronel Díaz consigo un taxi al que le queda poco gas en el tanque. El conductor teme no encontrar una estación de servicio abierta. Espero que le alcance como para llegar a mi esquina.

Atravieso la ciudad desierta como si se tratara de un paisaje de "Soy Leyenda". Pienso que todavía falta casi un siglo para que la entropía se materialice. No hay semáforos. Todo se ve oscuro, excepto por alguno que otro punto iluminado, seguramente por un grupo electrógeno. Miro y pienso en el Día del Padre estropeado. En los ancianos que tendrán que subir muchos pisos por escalera si es que fueran a festejarlo en otro lado. Pienso en las reservas caídas de tantos restaurantes esperanzados en levantar las ventas ese mediodía. La radio del coche interrumpe la música. Hablan de Yaciretá. Dicen que no se podía prever. Que por la cantidad de lluvia se desbordó la gigantesca represa. Pienso en el desmonte despiadado de las selvas y en la codicia  que cree que puede dominar a la sabiduría  de la naturaleza. 

Llegamos, afortunadamente. Subo 5 pisos por escalera. Junto agua. Toda la que puedo porque se que al rato se acaba y esto no se sabe cuanto podrá durar. Me baño a la carrera. Ya es media mañana y me preparo un mate que conecta con lo cotidiano y permite pensar que todo será como siempre a pesar del "apagón histórico", como lo llamaron más tarde. Pero el mate resulta ser un boleto de embarque al Siglo XX. Apago el celular para conservar lo poco que queda de batería. Obviamente no hay televisión ni Internet. Por suerte, los de mi generación recordamos los viejos hábitos y comienza a sonar el abandonado teléfono de línea que ocupa espacio en la mesa de luz como un adorno que se hereda de la familia. Siempre a punto de ser dado de baja. "Tenés luz?", "Yo tampoco",  "Acá ya volvió". El atávico temor a la oscuridad nos reagrupa y la falta de ventanas tecnológicas da lugar a la vuelta de un boca a boca analógico.

 Preparo velas para tenerlas a mano y me doy cuenta que  olvidé reponer las pilas de mi linterna Led que me conectaría con el Siglo XXI. Saco de su envoltorio "Creía que mi padre era Dios", de Paul Auster, que descansaba en un estante de la biblioteca desde la última Feria del Libro. Aunque el Neoyorquino es uno  de mis favoritos lo descubro distinto, porque se trata de relatos de oyentes que él recopiló en un programa de la Radio Pública en el que iba a participar como columnista. En cambio, Auster lanzó la convocatoria para recibir historias, sin límite de tema,  con la consigna de que fueran verídicas y que algo inesperado, insólito o determinante diera lugar a que se convirtieran en ficciones. Le llegaron cuatro mil y quedaron seleccionadas ciento ochenta para el futuro libro. 

Una maravilla la idea de Auster. Pequeñas historias cotidianas de la vida americana agrupadas por temática: Animales, Objetos, Familia, etc. Cuentos cortos  y cotidianos con una vuelta de tuerca que los convierte en literatura. Y que me contagian las ganas de escribir. Empiezo a mano y en un bloc, como en el Siglo XX, antes de pasarlas a máquina porque no se podían corregir. Llego a la mitad y después de almorzar me acuesto para la que imagino una siesta ideal. Estoy cansada después de la noche en el sanatorio, tengo el libro de Auster y sigue lloviendo sin parar. Me encanta dormirme en plena lectura; cuando las imágenes  pierden sentido en la duermevela.  

No se cuanto dormí. Un estruendo fuerte me despertó y me levanté sobresaltada. Fui al baño y encontré a mi gato sentado sobre el inodoro, absolutamente sorprendido y alerta, porque el alboroto lo producía el agua volviendo a abrirse paso con fuerza por las cañerías. El microondas comenzó a pitar en su vuelta a la vida. Eran las 4 de la tarde y el regreso de la energía me  trajo abruptamente al Siglo XXI. Sigo a todo lo que da con Auster y esta mañana terminé estas líneas en mi Blog. Leo que el Times tituló: "Millones en la oscuridad". No puedo dejar de sentir algo indefinible que me lleva a intuir que la humanidad, tal como la conocemos, durará menos de lo esperado. El "apagón histórico" terminó por ahora.

Junio 2019.



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