Loquesemencanta

Hoy, 21 de junio de 2020 comenzó el invierno en nuestro hemisferio. Algunas culturas celebraban y algunas todavía lo hacen, el Solsticio de esta estación. Pero  de acuerdo a los códigos de la vida moderna y del consumo, se festeja el Día del Padre. Estamos en el día 93 de la cuarentena que se impone para eludir al maldito Virus, pero las limitaciones no impidieron los saludos, los encuentros por Zoom, Skype o Video llamada,  ni por supuesto tampoco, los festejos de quienes viven junto a su familia. En esa línea, comencé más o menos temprano a comunicarme por Whatsapp con familiares y amigos. Uno de esos encuentros se produjo con  un grupo de ex compañeros de estudio, con los que alguna vez compartimos las aulas del mítico Instituto Grafotécnico, más conocido como el Grafo. De él salimos incontables promociones de periodistas; algunos continuamos por ese camino y otros tantos por uno diferente. Precisamente, uno de mis antiguos compañeros es un famoso actor de

Aunque con gran esfuerzo, como la mayoría de los miércoles, Antonia se dirigió al supermercado de su barrio. A la vuelta del trabajo, cansada y con un compromiso nocturno en puerta, sólo tenía ganas de llegar a casa, quitarse los zapatos y tomar un café que le permitiera relajarse. Pero como bien decía su padre, “la necesidad tiene cara de hereje”, y a ella, con el sueldo achicado a esa altura del mes, la posibilidad que le quedaba era la de aprovechar el beneficio del veinte por ciento al que accedía con su tarjeta de crédito.   Apenas entró abrió la heladera pensando en evitar el trámite, pero un vacío imposible de llenar, la terminó de decidir. Casi con fastidio, caminó las tres cuadras que la separaban del local, arrastrando el changuito fashion.    A sus pocas ganas se sumaba esta vez, la bronca que le había producido una noticia reciente: un custodio de la misma cadena de supermercados, había provocado con sus golpes, la muerte de un anciano al que sorprendió llevándose al

El rincón favorito de mí casa. Desde mi lejana infancia de hija sola, de padres mayores e inmigrantes, sin abuelos a la vista, encontré en los libros un mundo fascinante. Por supuesto que el mayor agradecimiento es hacia mí padre. Autodidacta, escritor amateur y lector empedernido, mí viejo alternaba su mundo de sueños con las actividades que le permitían mantenernos. Aventuras, romances, viajes,  magia, todo al alcance de la mano con sólo abrir un libro. Peligrosa incursión, pues fue allí donde me contagié el virus para el cual no hubo vacuna. Escribir y soñar. Y hacer del sueño un medio de vida. Cómo no estar agradecida? Mí biblioteca es como un acordeón; o un bandoneón. Se achica y se agranda de acuerdo a las necesidades. Supo ser gigante; luego, a medida que fui aprendiendo el desapego, se adaptó a mis necesidades presentes. Más esenciales por cierto, y aplica a ella lo mismo que a las relaciones con humanos en este momento. Hay libros que se quedaron par

  El r ecuerdo se activó cuando  Celia Otero  y una amiga que vive en Londres, me desafiaron,  en simultáneo a publicar tapas de libros que me hubieran resultado significativos durante 10 días. Uno de esos típicos juegos de Facebook durante el tiempo sin tiempo. No les pude cumplir.  No, al menos de la manera propuesta. El encierro obligatorio me posicionó frente a los libros de otro modo. O quizás ellos se plantaron frente a mi de una manera diferente. Ya no era aquella mujer fugaz que entraba y salia y que, a pesar del mucho amor que les tenía se acordaba de ellos de a ratos. Siempre con uno en la cabecera, el sueño me llevaba a cabecear, mucho antes de avanzar en su lectura. El caso es que volví a caer en sus redes. Como quien inesperadamente se enamora de nuevo, dentro de un matrimonio de muchos años cuyo fuego parecía extinguido. Y diez no fueron suficientes. Un día publiqué la decena que parecía hacerme señales desde los estantes; otro, elegí diez porque me trajeron recuer