A LA RECHERCHE DU LIVRE PERDU


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Los días de sol me incitan a la acción. Ese mito de que cuando llueve y una se queda en casa ordena lo que no se pudo antes, a mi no me cabe. Cuando llueve se me dan bien la fiaca o cuestiones más placenteras. Leer, ver una película o una serie o a lo sumo cocinar algo rico y fácil. Ayer el sol salió esplendoroso después de un domingo que se la pasó goteando y arranqué. A revolver mi biblioteca en busca del libro perdido del título. Lo necesitaba para esta semana y hacía tiempo que no lo veía.

Aclaro que mi biblioteca actual ha quedado reducida a su mínima expresión luego de sucesivas mudanzas y cambios de hábitos. Claro que esto parece así en términos convencionales de unidad de medida; porque mi "nueva biblioteca", es acaso más rica y profunda que las abarrotadas que supe tener en otros tiempos. Hace unos diez años aproximadamente que dejé de lado la "hojarasca", para rodearme en casi todos los aspectos, sólo de mis intereses del presente. Y así me fui quedando con el hueso, lo que me importa de verdad. La base estuvo, al decir mi profe de matemáticas del secundario, y la valoro mucho, pero sólo vivo el hoy desde hace bastante y mis intereses cambian al ritmo de mis inquietudes, que por suerte son muchas y por ahora no parecen decaer. 

Después de hacer, deshacer y limpiar sólo tres de sus seis estantes el libro se presentó nuevamente ante mi, pero era evidente que su "desaparición" fue una mera jugarreta del azar para enviarme de viaje a otra dimensión. El operativo me tomó un tiempo y volvió a provocar desprendimientos. Lo que atesoraba hace cinco años, de pronto significaba poco y nada y por suerte, hace mucho que, no sin trabajo, siento muy poco apego por los objetos, aunque tengan forma de libros. En la operación búsqueda, hubo reagrupamientos por temática y algunos se salvaron sólo provisionalmente de ser desalojados. Pero este no es el punto. Abrí uno por uno, y aunque me imaginaba el mundo que construí inconscientemente cuando guardé cosas entre sus hojas, hubo sorpresas.

La máquina del tiempo me llevó a dedicatorias varias de mis vidas previas: Manuel Mugica Láinez en "El escarabajo de oro" ; Beatriz Guido en "Quien le teme a mis temas"; Alex de la Iglesia en "Perdita Durango", Fernando Birri en "El alquimista democrático". Algunas de amores inolvidables y de los otros. Tarjetas varias de visita de gente que en algunos casos ya no recuerdo; una entrada para un recital de Rik Wakeman en Obras de vaya a saber cuando; programas de la Sala Lugones; testimonios de participaciones de una servidora en eventos varios; alguna que otra foto, y las obvias flores y hojas secas.  Ellas también.

Y de pronto, de entre tanto volumen, escondida entre otros mayores, saltó la pequeña, antigua y amarillenta, "Guia del Artesano", publicada por la Editorial Paluzie de Barcelona en los ´20. "Libro que contiene los documentos de uso más frecuente en los negocios de la vida y 240 caracteres de letra, para facilitar a los niños la lectura de manuscritos, tan útil a toda clase de personas", aclara su primera página. Paluzie editaba todo tipo de libros educativos, pero con este aprendía mi madre en su escuela de aldea, a la que ella y sus hermanos iban caminando por la carretera que conducía a Santiago. En contraste con la blancura moderna de la biblioteca que hoy la aloja, la Guía parecía susurrar una melodía tan perdida como el libro que me permitió reencontrarla. La de los niños campesinos que se las ingeniaban para aprender a leer con lo que podían; tan lejos del Blog en el que escribo que, de haber podido siquiera imaginarlo, lo pensarían como "cousa de Meigas". Una música triste, cruel y dura, pero en la que se filtraban acordes de una energía que empujaba para dejar el pantano definitivamente atrás. Si abro las páginas antiguas aun puedo escucharla y algunas veces hasta se me humedecen los ojos. Entonces miro el sol entrando por el balcón que hace relucir mi biblioteca blanca. 

La semana que viene prometo solemnemente limpiar y ordenar los tres estantes que faltan. Vaya a saber lo que me espera. A lo mejor no vuelvo.






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