KEROUAC




Justo el día después de su septuagésimo cumpleaños Antonia comenzó a leer a Kerouac  por primera vez en su vida. "El ángel subtérraneo". Un libro destartalado y vuelto a pegar por ella misma descuidadamente. Tanto que la portada quedó al revés. O sea que, para empezar había que darlo vuelta. El principio como fin y viceversa. El ejemplar durmió en su biblioteca durante 34 años por lo menos. Después pasó a su mesa de luz. Alguna vez abrió algunas páginas al azar, pero pronto la escritura espontánea del canadiense la indujo al sueño.


Curiosamente, el libro sobrevivió a las distintas limpiezas de biblioteca que precedieron a sus muchas mudanzas de un cierto tiempo. Vaya a saber porque. Nada afectivo parecía ligarlo a ella. Más bien lo contrario; teniendo en cuenta que provino de aquél corrector del matutino de la Calle Hornos, olvidable poeta de bajo vuelo; con el que Antonia había salido en los tempranos´80, casi por solidaridad compasiva, cuando el rubio, que le venía tirando los perros, cayó en medio de una ola de despidos y a ella le dio no se que decirle que no. 

Un poco decepcionada, porque tenía ganas de leer algo nuevo, le echó mano. Porque si bien le habían regalado billeteras, aros, un anotador exquisito, ropa y cartera de diseño, nadie pensó en que un libro habría sido ideal; sobre todo en tiempos de bolsillos flacos. Así que arremetió contra el postergado Kerouac. Acaso por necesidad de terminar con una cierta impostura. Porque si bien la lectora empedernida que siempre fue, se había llenado la boca con la Generación Beat, nunca le había llegado el momento de asomarse a él. Admiradora de la ruptura que significaron los "aullidos" en su tiempo: Ginsberg, y Burroughs sobre todo,  los vino utilizando últimamente para taparle la boca a los Neo Hipsters. Chicos y chicas "Cool" de sombrerito y anteojos. Estudiantes de cine muchos de ellos que se reúnen en viejos bares de su barrio. Como si hubieran descubierto la pólvora. Cuando en realidad la culpa la tuvieron Kerouac y su banda a partir de los lejanos ´40. Y además, como a Antonia le gusta intentar siempre algo nuevo, pensó que era hora de tapar el bache cultural que consideró que tenía.

Sólo como objeto, el ejemplar era una joya. Una edición de la mítica Editorial Sur de 1959, traducido nada menos que por Juan Rodolfo Wilcock. Resultado de otra vanguardia literaria. La que lideraba Victoria Ocampo y que se daba el lujo de editar a un autor como este en pleno apogeo, sólo un año después de que apareciera su obra. Y se sumergió en el San Francisco de los ´50, con el Bebop, la marihuana, la morfina, los "subterráneos", el alcohol tupido y la audacia que significaba en ese momento para el protagonista, tener algo más que algunas noches de sexo con la negra Mardou. Y ya en la página 99 -quizás antes- sintió que había llegado tarde a la cita. El mundo era muy distinto en 2019, a la bohemia Beatnik que se le aparecía ingenua. Y la escritura sin estructuras de Kerouac no la sorprendió. Hasta le pareció Snob vista hoy, aunque el escritor viviera en carne y sangre la vida de sus personajes. La forma le recordó en cierto modo a "El otoño del patriarca". Se preguntó porqué se había tardado tanto en abrir esas páginas en las que iba avanzando como por disciplina nomas. Pensó que iba a encontrar oro en ellas. Pero había pasado demasiado tiempo. Y claro está que decidió rumbear para otro lado. Y le quedó claro también que no iba a leer "En el camino". Definitivamente.  Total... quien se iba a enterar.

Julio 2019





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